- Su nombre remite de inmediato a la música pop y a la televisión. Pero hace medio siglo, el productor Luis de Llano fue uno de los responsables de organizar el festival Avándaro, una versión mexicana y modesta de Woodstock que logró convocar a unos 250.000 aistentes cuando apenas esperaban 2.000, y que ayudó a abrir paso al género del rock a nivel nacional.
Redacción
En su libro “Avándaro. 50 años. Cuando el rock mexicano perdió la inocencia”, que publica el sábado Ediciones de Lirio, De Llano recuerda el caos de la organización, los días que duró el festival y, sobre todo, el escándalo y la censura que cayeron sobre el evento realizado el sábado 11 de septiembre de 1971 en un valle boscoso a 150 kilómetros (93,2 millas) de la Ciudad de México.
“Después de que terminó el concierto, nos cayó encima todo el poder de la liga de las buenas costumbres, el poder gubernamental y la opinión pública y los medios sensacionalistas. Todos, menos los jóvenes, nos hicieron pedazos”, escribe De Llano.
Ser joven en México, en aquella época, era peligroso. Cuando ocurrió Avándaro, aún estaban frescas las heridas de la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco y el llamado “halconazo” del 10 de julio de 1971, cuando un grupo paramilitar creado por el gobierno reprimió de forma violenta una marcha juvenil.
“Para el gobierno, entonces, ver a cualquier joven con pelo largo, barba y pantalones acampanados era un peligro para México. Cualquier reunión de más de 10 personas, la reprimían. Y ver a 250.000 personas reunidas por razones no políticas, claro que les inquietó”, escribe.
La mayoría de los videos que él y su equipo tomaron en Avándaro fueron confiscados por Televicentro, ahora Televisa, y enviados a una bodega en Tijuana, a donde iba a parar todo el material comprometedor que no debía ser difundido, señaló De Llano en una entrevista reciente con The Associated Press. Nadie sabe si las cintas aún existen o cuál fue su destino final.
“Me dijo el señor Azcárraga: ‘¿Pues qué vamos a hacer? ¿Vamos a atacarlo o vamos a defenderlo?’. Le dije: -‘Pues mire, lo va usted a defender porque nosotros lo promovimos’. Zabludovsky me dijo: ‘Bueno, ve y hazme una edición de 10 minutos para que lo pase en la noche’”, recuerda De Llano.
La edición, dice, quedó maravillosa pero se perdió. “Ya no encontramos la cinta después. Ha de estar perdida en Noticieros. El problema es que el videotape se degrada. Esas cintas me las recogieron todas y se las llevaron a una bodega en algún lugar de Tijuana y se perdieron, o se echaron a perder”, lamenta.
De Llano organizó Avándaro, originalmente, como una carrera de autos, pero entonces se le ocurrió la idea de que hubiera música en vivo.
“Nosotros pedimos permiso para hacer una carrera de coches con música y de repente yo inventé que quería hacer un concierto y empecé a invitar a grupos, y al rato ya no hubo carrera. Hubo rock, pero no hubo ruedas”, recuerda.
“Cometí el error en Avándaro de invitar a la prensa de espectáculos y no invitar a la de primera sección. Cuando regresé, nos hicieron pedazos porque todo lo que puso la prensa… La verdad es que sí hubo mucha gente, 250.000 personas, reunidas por razones no políticas”, dice.
Hay dos eventos que han pasado al imaginario popular sobre el festival. Una mujer que fue fotografiada enseñando los senos, a quien se le adjudicó el mote de “La encuerada de Avándaro”, y una portada de la revista amarillista Alarma con el titular “Avándaro, el infierno”, seguido de los calificativos: orgía hippie, encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, pelos, mugre, sangre y muerte.
A De Llano le da risa la exageración, pero es parte del mito de Avándaro. En su libro, reflexiona que el festival tuvo tal impacto, que mucha gente que no asistió contaba que sí fue para impresionar a los incrédulos.
“Los chavos sólo buscaban esa libertad que querían tener, sacar esa herida que tenían en la piel del 68, todas esas broncas que habían pasado”, dice.
Para los jóvenes y los artistas, el festival representó un momento de apertura. Pero el gobierno tomó el festival como pretexto para comenzar un periodo de represión al rock con conciertos masivos prohibidos en la Ciudad de México, lo que llevó a que bandas como Queen se presentaran en Monterrey y Puebla, pero no en la capital, en la década de 1980.
“Empezaron 10 años de oscuridad, de castigo, contra el rock mexicano, que fue llevado a los hoyos funky, a lo clandestino”, lamenta De Llano. “No fue prohibido, pero pararon la evolución de la música que iba a haber en México”.